Etiquetas

martes, 16 de marzo de 2010

La boda del Saork

Lhipnotizante explosión hizo que los caballos relincharan fuertemente y comenzaran a forcejear, asustados. El guía tomó con ambas manos las riendas de los animales y tiró de ellas, intentando controlarlos. Pero falló y ambas criaturas salieron disparadas en dirección contraria al fuego que crecía en aquel lugar, abrasando todo lo que encontraba a su paso.  
-¡Neomuk, ayúdame!- gritaba Sisio, aprisionado por un gran roble caído- ¡Ayúdame, por favor!
Neomuk volteó a verlo. A su compañero le fallaban ambas piernas y no podía moverse. Sin embargo, dio media vuelta y se alejó corriendo mientras gritaba:
-¡Olvídalo! Prefiero tu cadáver antes que el mío-


Años después, aquel accidente seguía siendo recordado por el fallecimiento del futuro sucesor del Saork III, rey muerto cuatro días antes que el joven.
Una noche en la que Neomuk, servidor del actual Saork, debía organizar los preparativos para la boda que tomaría lugar en esas semanas, Lestrart, el consejero real, lo interceptó en medio del tercer pasillo.
-Neomuk, pareces cansado, ¿estás bien organizando esto tú solo?-
Éste lo miró con desconfianza y enrolló el pergamino que estaba leyendo.
-Estoy perfectamente bien por mi cuenta, no te necesito interfiriendo en mis asuntos. ¿Sigues celoso?- Neomuk torció la boca, luciendo una sonrisa claramente altanera.
Lestrart conservaba la calma y su serio semblante parecía inamovible. Llevó su mano a su bolsillo izquierdo y sacó de allí una caja de fósforos y una vela. La extendió y se la entregó a Neomuk, quien lo miraba sorprendido.
-¿Qué es esto?-
-Fósforos. El señor Saork IV ha comunicado explícitamente su deseo: “Neomuk será quien decore mi cabaña de campo, y ése será el lugar donde realizaré mi luna de miel.”-
Una nueva sonrisa hizo presencia en su rostro. Guardó el pergamino en su bolsillo y tomó las cosas que Lestrart le ofrecía. Sin más, dio media vuelta y comenzó a caminar a paso ligero, abandonando el castillo.


El día de la boda, Neomuk debió emprender su viaje temprano para corroborar que la decoración del lugar estuviera perfecta. Cabalgaba solo (ya que el resto del reino asistía a la Gran boda) por el solitario y aún destruido bosque. A lo lejos divisaba la pequeña cabaña. Ató su caballo a unos metros de distancia y entró por la puerta que conectaba la sala de estar. El lugar se encontraba perfectamente ordenado. Toda la habitación estaba decorada de un color platino que hacía destellar hasta el más pequeño rincón.
El servidor continuó caminando hasta llegar a la habitación matrimonial. Abrió la puerta girando la llave y buscó un interruptor. Se detuvo en el intento y recordó que se encontraba en una cabaña lejos de la electricidad. Resopló y metió ambas manos en sus bolsillos. Entonces se sobresaltó al sentir una caja y un tubo de cera rozando su mano. Los sacó y encendió la vela. Pronto la habitación fue iluminada por una tenue luz titilante. Pero allí no había nada más que una cama mal hecha y montones de hojas cubriendo el suelo.
-¡Demonios! He olvidado ordenar la habitación más importante. ¿Acaso habrá…?- Neomuk apoyó la vela encendida sobre la cómoda que se encontraba debajo de la ventana, entre dos cortinas grises.
Comenzó a desvestir la cama e hizo una bola de telas con éstas, haciéndola a un lado de un tirón. Afortunadamente, en uno de los placares se encontraba un juego limpio de sábanas celestes, no tan exquisitas ni x lujosas, que le darían al lugar una especie de sensación de tranquilidad.
Se lanzó con torpeza sobre la cama y resbaló con los montones de hojas, enredándose las piernas con el ovillo de telas. Revoleó ambos brazos hacia arriba, intentando agarrarse de la cómoda, pero sólo consiguió quemarse la mano con la vela encendida. Y ésta cayó al suelo.  El fuego comenzó a propagarse por la habitación, rápidamente. Neomuk gritó del ardor cuando éste le quemó las piernas y creció debido a la cantidad de telas unificadas. Abrió rápidamente las ventanas, cometiendo un grave error. Las ráfagas provenientes del exterior hicieron avivar las llamas que pronto alcanzaron la altura del servidor y continuaron creciendo con mayor intensidad.
El hombre gritaba y pedía auxilio, pero parecía ser que nadie lo escuchaba. El humo le dificultaba la respiración, y pudo sentir cómo su piel se había consumido y su misma carne era la que ardía bajo ese inmenso fuego asesino.
Ni sus alaridos ni sus desgarradores llantos eran contestados y él, del dolor, no tuvo más opción que caer sobre sus rodillas. Con su desfigurado rostro frente a la ventana y casi ciego, apenas pudo observar la forma en la que Lestrart soltaba a su propio caballo y huía lejos de allí, abandonándolo. Rendido y prácticamente inconciente, el servidor Neomuk sintió el último abrazo proporcionado por esa inmensa fogata ardiente.