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miércoles, 27 de octubre de 2010

Luces

Todo es blanco. Se distinguen destellos azules y verdes por todo el lugar.
Observo lo que parece bailar. Siento una suave brisa recorriendo mi ser desde lo bajo y subiendo. La dejo suceder y cierro los ojos. Todo se ve igual de blanco, igual de verde e igual de azul. Bolas de energía que se juntan, se absorben y dan lugar a nuevas formas de colores bien definidos.
Hay calidez, se puede sentir. Dulces sonidos, armónicos, llenan mi interior. Me manejan como si fuera una bailarina en su última función. De un lado para el otro, con confianza y tranquilidad. Y abro los ojos.
Colores pasando, sonidos envolviendo, aires abrazando. Decido mirarme entonces. Y no soy yo.
Soy algo real, algo claro, algo brillante. Algo que me llama la atención. No veo mis pies, no los encuentro al danzar tan rápidamente. Destellos de luz amarilla se mueven de un lado al otro, a la altura de mi cintura, al mismo tiempo que mis manos. El resto de mi cuerpo se mimetiza con la claridad del lugar.
Mis manos se extienden hacia arriba y hacia abajo, una y otra vez. Y se mueven sus dedos, intentan capturar vientos. Lo siguen intentando cada vez más alto. 
Y suben.
E intentan atrapar algo.
¿Qué quieren encontrar?
Siguen subiendo.
Y sienten que tocan algo.
¿Qué es lo que tocan?
Miro para abajo y no me puedo ver, todo es puramente blanco.
Alzo la mirada y allí están, ambos destellos hermanos. Los están capturando, los están tocando.
Pero yo no los puedo sentir. Mis manos toman entre sí la esperanza y la mezclan con movimientos apresurados.
¿Por qué? ¿Qué buscan conseguir?
Al final se separan de un impulso y la dejan ir. Y vuela. La esperanza vuela libre.
Y yo la miro irse. Adiós, esperanza. Hoy alguien te necesita.